El final de mi vida
En El coronel no tiene quién le escriba, Gabriel García Márquez afirmaba: “la experiencia llega cuando ya no se necesita”. Pero eso no es cierto; sí se necesita. De hecho, este es el momento en el cual esa experiencia nos puede ayudar a tomar buenas decisiones.
Por duro que esto sea, la vejez es un momento para pensar seriamente en la muerte. Es un estado al que vamos a llegar todos, pero en esta etapa vamos a llegar más pronto. Los adultos mayores que experimentan el mayor sufrimiento son aquellos que tienen mucho temor de morir y ese miedo va acompañado con situaciones pendientes no reconciliadas, normalmente de tipo emocional.
Por lo anterior, el mejor consejo que podemos recibir es perdonarnos y reconciliarnos con la vida y con aquellas personas con quienes tenemos un asunto pendiente. Este hecho marca una diferencia fundamental entre fallecer tranquilos y rodeados de amor o tener una muerte dolorosa y a veces solitaria.
Abrazar la vida es un primer paso para aceptar la realidad de la muerte, pues esta hace parte del ciclo vital. Es así como podemos perder el miedo a morir y recibir el final con alivio.
Como parte del proceso de cierre, es fundamental comunicar a las personas cercanas mis decisiones de vida. En el entorno médico a esto se le conoce como voluntades anticipadas. En este contexto debemos identificar claramente qué es lo que queremos que ocurra o no, en caso de que nos hallemos en una situación en la cual ya no podamos actuar por nosotros mismos.
Si llegáramos a padecer un ataque cerebrovascular, una demencia aguda o una contingencia que conllevara a un estado vegetativo, ¿nos gustaría que se prolongara nuestra vida aún conectados a medios artificiales?, ¿estamos de acuerdo con la reanimación?, ¿preferimos que no se genere ninguno de estos procedimientos? La asesoría médica siempre será oportuna para responder interrogantes de este calibre.

Acompañamiento al final de la vida
Tradicionalmente se tiene la falsa creencia de que la muerte es una falla terapéutica, y se considera que el éxito consiste en la curación total. Sin embargo, los cuidados paliativos han evidenciado mejores resultados en el tratamiento de los síntomas que experimenta el paciente, y en las probabilidades de morir donde este lo desea.
Estos cuidados acompañan enfermedades crónicas incapacitantes o en estado avanzado, tales como cáncer, insuficiencia cardíaca, enfermedades renales y pulmonares, demencia y cirrosis hepática.
El acompañamiento al final de la vida potencia el bienestar de los pacientes a través del control de síntomas como el dolor, el ahogo o disnea, el estreñimiento, el insomnio, la anorexia, la fatiga, las náuseas, el vómito, las secreciones excesivas, la tos, la inflamación de las mucosas, la boca seca y el hipo, así como los síntomas psiquiátricos como la ansiedad, la depresión, las alucinaciones y los delirios.
Los cuidados paliativos le brindan dignidad al ser humano que está en una etapa de fin de su vida, de modo que al controlar o reducir los costos de la muerte, se genera un beneficio para el paciente y su familia.